miércoles, 22 de agosto de 2007

Josefina Bonaparte, la criolla que llegó a ser emperatriz

Fue la primera esposa de Napoleón y ejerció sobre él una beneficiosa influencia que sirvió para impulsar los inicios políticos y militares del carismático corso. Su prodigalidad social y los continuos devaneos amorosos perturbaron la buena imagen que Francia tenía de ella.
Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie nació el 23 de junio de 1763, en Les Trois-Îlets (Martinica francesa), una plantación de esclavos regentada por sus padres, Joseph-Gaspards de Tascher y Rose-Claire des Vergers de Sanois.
Sus años de infancia y adolescencia los pasó compartiendo una depurada educación a la europea con leyendas y tradiciones que escuchaba a los africanos que trabajaban las tierras de sus progenitores. Precisamente, una vieja esclava hechicera pronosticó a la joven que en el futuro quedaría viuda para luego ser reina. En ese momento, la muchacha sonrió incrédula ante el vaticinio, aunque luego se cumpliría.
El 16 de octubre de 1777 falleció su querida hermana, Catherine-Désirée. Fue un golpe severo para Josèphe, quien a los 14 años tuvo que aceptar el compromiso matrimonial que sus padres habían establecido con el vizconde Alexandre de Beauharnais, el cual recibió gustoso la llegada de la hermosa criolla a su vida. Se casaron en Francia el 13 de diciembre de 1779.
De esta unión nacieron dos hijos, Eugène y Hortense. Todo hacía ver que disfrutaría de una apacible existencia cortesana. Sin embargo, el 2 de marzo de 1794, su historia daría un giro radical con la detención de su esposo. Un mes más tarde, ella misma fue apresada bajo acusación de traición. Por entonces, el Reino del Terror imperaba en el revolucionario país galo y el Comité de Seguridad General puso todo su empeño en mandar a la guillotina a cualquier personaje revestido de influjo aristocrático.
El vizconde de Beauharnais fue acusado de militar ineficaz en la defensa de la plaza Mayenne aunque, en realidad, su condena capital le sobrevino al estar considerado "un noble sospechoso". El 23 de julio de 1794 fue guillotinado en compañía de su hermano Agustín. Días más tarde, Josèphe era liberada de su reclusión por mediación de Paul Barrás, uno de los líderes del Directorio francés, que consiguió que la absolvieran de los cargos por conspiración contra la República.
La reciente viuda, una vez en libertad, buscó rehabilitar la maltrecha imagen de su marido y recuperar, de paso, las posesiones que el Gobierno les había incautado. Para ello no reparó en frecuentar los ambientes más selectos de París en los que, dada su belleza e inteligencia, pudo seducir a diferentes prebostes revolucionarios como el propio Barrás, del que se hizo su amante oficial.
En este tiempo conoció al joven Napoleón, seis años menor que ella, aunque esto no impidió que ambos se enamorasen. La pasión desembocó en matrimonio civil, auspiciado por un complacido Barrás, quien como regalo de boda entregó —animado por Josèphe— a Bonaparte el mando de las tropas francesas en Italia. El enlace se celebró el 9 de marzo de 1796, y un día más tarde el flamante general partía rumbo al frente italiano.
Josefina, pues así gustaba llamarla su segundo esposo por entender que ese nombre era más refinado que el de Josefa, mantuvo su intensa actividad social y por supuesto amatoria, ya que su boda no impidió que siguiera conociendo hombres interesantes para su beneficio sentimental. De hecho, las malas lenguas parisinas comentaron tras conocer el enlace entre Napoleón y la joven: "Paga un alto precio por lo que otros hemos obtenido gratis".
A pesar de los rumores, Josefina se ganó la admiración de la buena sociedad francesa. En estos años se granjeó la amistad de los más débiles, prodigándose en cientos de actos caritativos con los más necesitados, mientras fomentaba mecenazgos culturales y mejoras en las instituciones académicas francesas. El 2 de diciembre de 1804 alcanzó la cumbre, cuando Napoleón Bonaparte se coronó emperador en la catedral de Notre-Dame, en París. Acto seguido ciñó la corona imperial en las sienes de su querida esposa, con la que había contraído, a petición del papa Pío VII, una boda religiosa celebrada en secreto.
Lo cierto es que pese al amor que se profesaban, Bonaparte quería un heredero y éste no llegaba, asunto que terminó por convencer al emperador de que debía repudiar a Josefina, cosa que hizo en 1809. Le asignó una pensión de dos millones de francos y le concedió la residencia familiar de Malmaison. En este lugar falleció el 29 mayo de 1814 a causa de un catarro mal curado, mientras Napoleón estaba exiliado en la isla de Elba. Dicen que las últimas palabras de Josefina en su lecho de muerte fueron: "Yo jamás provoqué una sola lágrima".

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